10 mayo, 2008

Un día de borrasca

El café en el bar le había sentado bien, lo necesitaba después de la mañana que llevaba.

Había pasado una hora más de lo habitual en el atasco. La mañana de lluvia le había hecho llegar tarde y al revisar los papeles en el ascensor se dio cuenta: había olvidado la presentación en casa. Al despedirse de los clientes su jefe entró en la oficina, no habría nuevas oportunidades.

La llamada de las doce no fue mucho mejor. Tenía que recoger a Nico en el colegio. Su mujer se desplazaba en transporte público de modo que no le quedaba más remedio que volver a la carretera y atravesar media ciudad. Lo llevó a casa, y esperó hasta que Ana llegó.

Cuando se dio cuenta había pedido el café pero no había comido. El contacto con la espuma y el aroma del café le hicieron estremecerse. Y poder tomárselo con tranquilidad mientras fumaba acabó de ayudarle a reconciliarse con la vida. Nico sólo tenía una indigestión y Ana le había tranquilizado como sólo ella sabía.

Respiró aliviado, pagó el cortado, y tras ponerse el abrigo echó a correr, llovía bastante. El coche que le arrolló y le desplazó varios metros no pudo frenar a tiempo. Su última sensación fue el contacto con el bordillo, el que le partió la cabeza.

Nico se encontraba mejor pero se asustó cuando su madre dejó caer el teléfono y se puso de rodillas en el suelo. Llovía en la calle.

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