20 diciembre, 2008

Too much

Diciembre está siendo tan ajetreado que como habéis podido ver, hace mucho que no actualizo. Pereza, desidia, apatía... ni idea. El caso es que entre final de trimestre en el colegio, los paseos buscando regalos y el concurso de traslados, lo de escribir algo coherente quedaba bastante lejos.

Poder volver a disfrutar preparando actividades en el colegio para los niños ha sido reconfortante. No sólo por el hecho de hacerlo, sino por haber estado los dos cursos anteriores en stand-by. No soy un defensor a ultranza de la navidades pero al menos me gusta el ambiente que se crea en el colegio en estos días. Cansan la preparación, los ensayos y los corre aquí y allí que generan los niños. Pero bendito cansancio. Me gusta pensar que lo que se prepara con ilusión, se multiplica por veintidós ilusiones, veintidós sonrisas y una parte de lo que hacemos se va a quedar para siempre con ellos, que lo recordarán algún día y que les puede aportar mucho o poco, pero algo al menos.

Los regalos también se parecen en algo a lo anterior. Te vuelves loco buscando y comparando pero, al menos a mí, me gusta regalar y ver la cara de la persona al desenvolver. Creo que todos nos retrotraemos justamente a esa época de colegio en la que un regalo era un viaje a lo desconocido, cuando el estómago se te encogía al recibirlo. Cuando lo único que te separaba de un sueño era el papel y sabías que en unos segundos lo ibas a poder tocar. Me quedo con ese momento, con esos segundos en los que sabes lo que puede estar sintiendo la otra persona.

Y luego he tenido la losa del concurso de traslados. Cada colegio, ciudad, pueblo o zona educativa tiene asociado un código de, al menos, once números. En la instancia de solicitud puedes rellenar hasta trescientas opciones diferentes. De locos. Y no te salgas de la casilla, ni enmiendes mínimamente un número porque se invalida la hoja entera. Divertidísimo vamos. Los que crearon este sistema de elección dijeron oye, ¿se lo ponemos fácil o difícil? Pues fácil sería mejor, dijo uno. Claro, lógico. Pero dijo otro, no, vamos a pensar en ellos y como no tienen más que hacer en su vida, les haremos romperse la cabeza un poco. Yo la tabla del 300 no me la aprendí nunca, así que he cogido la calculadora y 300X11 son 3300, que son las casillas tamaño uña del dedo meñique donde colocar cuidadosamente los numeritos. No se me ocurren nada más aburrido y estúpido que hacer en las tardes de diciembre. Pero ha tocado hacerlo.

Sin embargo, la bandeja de lo positivo pesa mucho más en la balanza del mes. Y ahí podría incluir el cumpleaños claro. 33. Debe ser el mes del tres. Mira que si los niños de San Ildefonso cantan el 33.333...