28 mayo, 2008

Cuando tragar saliva no es suficiente

El miedo, la timidez o las ganas de llorar puedo llegar a paliarlas si me paro un poco, trago saliva, respiro hondo y suelto fuerte el aire . Muchos de mis miedos infantiles los vencí así. Precedido de una mínima reflexión para intentar dar lógica a lo ilógico, tragando, respirando, soltando y volviendo a reflexionar. Ya sé que suena estúpido pero funcionaba.

Más tarde empleé el método con mi más que enfermiza timidez. Funcionó. Al decir esto supongo muchos se extrañarán porque me consta que creen que el que suscribe es un descarado, un caradura cínico y que de lo último que podría llegar a pecar es de timidez. Pero os aseguro que me costó bastantes horas de reflexión vencer el monstruo que retrae la personalidad.

Algo más difícil es parar, cuando se dan, las lágrimas. Cuesta pararlo, pero si no procede o no es el momento adecuado, consigo detenerlas. Ya sé que hay que desahogarse, soltar todo lo que hay dentro...todo ese rollo, lo hago.

Sin embargo, es imposible contener la emoción cuando ves llorando y bien jodida a parte de la gente que más quieres. Debe ser muy duro perder un hermano y debe ser un infierno perder a un hijo, algo que les ha pasado a mi madre y a mis abuelos este fin de semana. Claro que era tío mío pero creo que hay diferencia. Pensé que por mis santos cojones iba estar entero: y lo hice. Pero hubo ciertos momentos en que las lágrimas dijeron, mira chaval, sólo vamos a ser dos o tres así que vamos a salir.

No existe el método perfecto, y es de agradecer que así sea.

20 mayo, 2008

Pajas mentales de mayo

Hallábame yo metido en las habituales idas y venidas por la red y encontreme con un video de un juglar moderno. A raíz de tal hallazgo visioné varios de sus cantares. Hasta toparme con uno de ellos que semejaba sus compases a los de otros juglares más conocidos por el que suscribe.

Macarras ambas eso sí, el caso es que gusté de oir ambas. La conocida, por eso mismo; la descubierta por parecerme atrevida y descarada. Gusto de compartir descubrimientos con los lectores de este pergamino digital de modo que muestro los acordes descubiertos. La primera es la "versión", la segunda, la original.




12 mayo, 2008

3, 2, 1... que ya lo sé !!!

No me gusta la cuenta atrás pre-nada. Odio que la gente diga que faltan ocho días para un puente, pero claro, sólo seis de trabajo y si quitamos no se qué día de no se qué... ¿No van sabiendo ya que cuanto más llevas la cuenta de lo que falta más largo se hace? Coño, cuando queden dos días pues vale, me lo comentas, pero mientras tanto déjame.

Supongo que interiormente todos llevamos la cuenta y lo pensamos en algún momento pero no es necesario hablar de ello a diario. Y dentro de lo malo, ahora se habla de vacaciones y cosas así pero ¿y cuando estabas estudiando y había algún agonía que llevaba la cuenta de días, horas y minutos que faltaban para el examen? ¿Te puedes ir, por favor, un poco a la mierda y dejarme en paz?

Debe ser una de esas conversaciones recurrentes, de las de ascensor. Puestos a elegir prefiero hablar de borrascas y anticiclones. Llegará el día en que en una sola persona se aunen el espíritu cuenta atrás con el espíritu ascensor y nazca gente que de mayor se dedique a decir todo el rato "ya vamos por el segundo, faltan sólo cinco plantas para el séptimo, el tercero, vaya, ya sólo son cuatro las que nos faltan..." Y así hasta morir por no poder soportar tal derroche de creatividad.

En definitiva, faltan algunos días para el día quince (fiesta en Madrid), varios para el fin de semana, bastantes para llegar a junio y sólo tener clase por la mañana. Pero sobre todo, falta una eternidad para las vacaciones. Repito, una eternidad. Y punto.

10 mayo, 2008

Un día de borrasca

El café en el bar le había sentado bien, lo necesitaba después de la mañana que llevaba.

Había pasado una hora más de lo habitual en el atasco. La mañana de lluvia le había hecho llegar tarde y al revisar los papeles en el ascensor se dio cuenta: había olvidado la presentación en casa. Al despedirse de los clientes su jefe entró en la oficina, no habría nuevas oportunidades.

La llamada de las doce no fue mucho mejor. Tenía que recoger a Nico en el colegio. Su mujer se desplazaba en transporte público de modo que no le quedaba más remedio que volver a la carretera y atravesar media ciudad. Lo llevó a casa, y esperó hasta que Ana llegó.

Cuando se dio cuenta había pedido el café pero no había comido. El contacto con la espuma y el aroma del café le hicieron estremecerse. Y poder tomárselo con tranquilidad mientras fumaba acabó de ayudarle a reconciliarse con la vida. Nico sólo tenía una indigestión y Ana le había tranquilizado como sólo ella sabía.

Respiró aliviado, pagó el cortado, y tras ponerse el abrigo echó a correr, llovía bastante. El coche que le arrolló y le desplazó varios metros no pudo frenar a tiempo. Su última sensación fue el contacto con el bordillo, el que le partió la cabeza.

Nico se encontraba mejor pero se asustó cuando su madre dejó caer el teléfono y se puso de rodillas en el suelo. Llovía en la calle.