16 julio, 2008

Casi reformado

La habitación no era demasiado grande pero nadie que entrara en ella podía decir que era pequeña. Se sentía cómodo porque tenía espacio suficiente para la cama y una mesa amplia en la que le gustaba sentarse a escribir cuando sus migrañas se lo permitían.

Desde que llegó a la ciudad había estado buscando un piso como aquel. El resto del piso no tenía nada que ver con la habitación. El salón había sido reformado meses atrás y tenía un mobiliario que podría considerarse actual. La cocina también tenía electrodomésticos nuevos y el baño y el recibidor se reformaron al mismo tiempo que el salón.

El caso es que la habitación era lo único que seguía teniendo un aire de los ochenta que no le disgustaba en absoluto. Le recomendaron cambiarlo para que estuviese en consonancia con todo lo demás pero se negó. Estaba seguro de que necesitaba aquel ambiente que transmitía la luz que entraba por las cortinas amarillentas, el suelo algo envejecido e incluso las marcas que habían dejado los anteriores inquilinos en las paredes.

Le gustaba la sensación de pasar del pasillo a la habitación. Y al contrario. Era como entrar en otro lugar. Nada le reconfortaba más que sentarse frente a la ventana, colocar su portátil sobre la mesa y escribir. Si alguna idea se le atascaba en la cabeza no tenía más que pasear un poco por la habitación y enseguida se le organizaban las frases sin ni siquiera pensar en ello. Escribir le servía para después crear.

Cuando los periodistas le preguntaron por su fuente de inspiración y le instaron a explicar cómo conseguía realizar aquellas esculturas jamás vistas antes, aquel estilo innovador que marcaría una época, un estilo y que le valieron ser la portada de la principales publicaciones de arte y de nuevas tendencias, él simplemente respondió: " Una habitación vieja y unas cortinas amarillas".