Todo en el mismo viaje, en treinta kilómetros, en veinticinco minutos, todo gratis.
Tras unos minutos conduciendo, escuchando a Francino y mirando de reojo como van disminuyendo los números que marcan la temperatura exterior, veo algo a lo lejos. Son dos pájaros negros, enormes, en la carretera. Están a unos ciento cincuenta metros. Levantan el vuelo muy a su pesar, odiándome supongo. Paso justo al lado de lo que parece parte de algún animal muerto. El desayuno.
El termómetro sigue bajando y tras atravesar un pueblo casi fantasma, que parece haberse quedado varios años atrás, comienza la dehesa. La carretera la divide y no son uno, ni dos, ni tres, sino muchísimos los terneros que se pueden ver mamando.
Gracias a la cantidad de agua acumulada en grandes charcas, se ven cigüeñas. No parece gran cosa dicho así, pero cuando las cigüeñas están a menos de cincuenta metros de tí y en una misma charca hay más de veinte, la verdad es que el espectáculo merece la pena.
Todo esto a mitad de camino y aún quedan por ver peces saltando cuando vas sobre un puente que atraviesa un pantano y un ave rapaz (no me preguntéis cual) que pasa tan rápido y tan cerca de la luna del coche, que sólo te queda tragar saliva y seguir su vuelo con la mirada.
Hay gente que viaja para poder ver todo esto, que paga por ello. Hoy parecían haberse puesto de acuerdo todos. No me ha hecho falta poner la dos para ver el documental de turno. Ha sido suficiente con ir a trabajar.
Todo en el mismo viaje, en treinta kilómetros, en veinticinco minutos, todo gratis.