Si mi teclado fuese un avión y mis dedos el piloto, habría despegado cien veces y una más. Dos años volando. Planeando en ocasiones, volando sin más otras, bombardeando sin piedad alguna de ellas, pero siempre buscando una pista de aterrizaje.
En ocasiones el motor del avión me pide a voces que lo arranque, quiere despegar y quemar queroseno durante horas; otras soy yo el que lo arranco aunque en el vuelo sea él quien me lleve a su antojo. Y durante esos vuelos he encontrado otros pilotos como El marido de Alabama o El cuervo viejo, que son tan kamikazes como yo y saberlos ahí me ayuda a pensar que no estoy como una puta cabra. También hay espectadores que me ven volar y al aterrizar me dicen: "ey, vi como volabas". Y se agradece. A todos pero a Lumatt más que a nadie.
Desconozco el rumbo cuando despego, sólo me importa volar. No sé cuándo, ni porqué volveré a hacerlo pero aún no he tenido la sensación de saberme pilotando el último vuelo. Quizá escribir sea lo menos parecido a volar pero me gusta pensar que cuando cierro un post he estado un rato dando vueltas por el aire. En fin, cada uno tiene sus locuras personales. Y que duren.
Hace bastante tiempo El cuervo viejo decía en su blog que se sentía marinero al hablar de su vida, y me identificaba con esa sensación. Yo me siento piloto al escribir. Poder navegar y volar sin tener velero ni avión está más que bien, pero el día que descubra como me puedo sentir montado en un burro sin estar sobre él, va a ser la leche, me voy a estar riendo yo solo durante horas.