Sabía tener todas sus necesidades cubiertas. La materiales, las personales, las profesionales. Y de vez en cuando pedía. Y tenía. Era fácil, satisfactorio. Podía estar contento consigo mismo y hacer felices a los que tenía a su alrededor.
Esa tarde se sentó en la terraza. Veía el pueblo de fondo. El mar. Anochecía. Se fijó en la Luna y en las estrellas que empezaban a asomar. Todo estaba como tenía que estar. Leyó un rato mientras disfrutaba de un buen ron.
Cuando anocheció completamente, volvió a levantar la mirada hacia el cielo. Vió una Luna luminosa, enorme. La pidió e inmediatamente fue suya. Los demás la observaban, pero él sabía que era suya. No volvió a desear nada.